sábado, 24 de noviembre de 2012

Historia de vida. La espina.

El acontecimiento central de la vida de santa Rita, el más seguro y mejor
documentado, se refiere a la espina de su frente. Es lo que más se conoce de su vida.
Veamos lo que escribieron sus hermanas en 1628: Empleándose toda en la oración, se
entretenía con grandísimo gusto espiritual en la contemplación de la dolorosa pasión
del Señor. Y fue largamente recompensada, porque, predicando un Viernes Santo en
Casia el beato Giacomo della Marca de la Orden de los Menores, se dejó llevar por su
fervor al tratar de los atrocísimos dolores del Salvador con tanto sentimiento que los
oyentes quedaron no mediocremente inflamados.
Pero Rita, conmovida más que ningún otro, se sintió arrebatar por un vehemente
deseo de participar de algún modo de  los tormentos de Cristo. Retirada a su celda y
echada a los pies de un crucifijo, que hoy se conserva en el oratorio del monasterio,
comenzó a suplicarle con amargas lágrimas que le comunicase, al menos, una partecita
de sus penas. Al momento, por milagro singular, una espina de la corona de Cristo le
hirió la frente de tal manera que la llaga le permaneció impresa e incurable hasta la
muerte, como aún se ve en su santo cadáver.
Rita tenía unos 60 años. Era el año 1442. Sabemos por los testimonios del
proceso de 1626 que la herida de la frente se transformó en una llaga dolorosa que
desprendía mal olor. Por eso, dicen sus biógrafos, pasaba mucho tiempo en la soledad y
oración para no ofender a sus hermanas con el mal olor. Según nos dice el epitafio
escrito en la “caja solemne” o ataúd en el que colocaron su cuerpo en 1462, a los cinco
años de su muerte:

Beata eres, Rita, porque con firmeza y valentía
te hiciste luminosa en la cruz, donde tuviste
que sufrir grandes penas…
¿A qué gran mérito pudiste atribuir el privilegio,
que no tuvo ninguna otra mujer, de recibir
una de las espinas de Cristo?
Obró no por interés humano ni por recompensa,
sino sólo porque encontró en Cristo su tesoro
y a Él enteramente se entregó.
Y no te pareció estar bien purificada, que padeciste
durante 15 años con la espina
antes de pasar a la gloria celestial. Año 1457.
El texto del epitafio está escrito en caracteres góticos negros con las iníciales en
rojo y lleva la fecha de su muerte: 1457. Está escrito en el dialecto de Casia que se
hablaba en el siglo XV.
En esta “caja solemne” o sarcófago se ve una pintura con Cristo en el momento
de su resurrección; a su derecha está santa María Magdalena y a la izquierda está Rita.
Esta vestida de monja agustina con rayos en la cabeza como una santa. Tiene la herida
en la frente y la espina en la mano derecha, mientras que en la izquierda tiene la corona
del rosario.
En la llamada tela antiquísima, dicen los jueces del proceso de beatificación: Se
ve a Rita arrodillada delante de un Cristo con las manos juntas con una corona del
rosario, vestida de religiosa con un libro abierto ante sí y que tiene en la frente una
punta ensangrentada.
Esta herida de la frente la tuvo durante quince años, hasta su muerte. Pero hay un
hecho digno de mención. El año 1450 el Papa Nicolás V decretó la celebración del Año
Santo en Roma. Algunos lo llaman el jubileo de los seis santos, pues asistieron san Juan
de Capistrano, Juan de la Marca, Diego de Alcalá, Pedro Regalado, Catalina de Bologna
y Rita de Casia. Los seis, aunque sin conocerse, asistieron el 24 de mayo de ese año a la
canonización de san Bernardino de Siena.
El hecho es que las religiosas de su convento quisieron ir a Roma para ganar el
jubileo y la abadesa le manifestó a Rita que ella no podía ir debido al mal olor de la
llaga de su frente.
Las religiosas, mirando la indecencia que podía resultar de llevar en su
compañía a una llagada maloliente, la exhortaron con mucha caridad a quedarse. Rita,
con gran fe, hizo que le llevaran un poco de sencillo ungüento del boticario y,
tocándose con él la frente, la herida se cerró de manera que no aparecía deformidad.
Así pudo  ir a Roma a venerar aquellas santas memorias de los mártires  y ganar el
jubileo. Y así que regresó la santa viuda de Roma, la herida volvió a quedar como
antes.

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